Evangelizar es el rasgo más profundo que define a la Iglesia y al mismo tiempo su misión, su tarea más ineludible. Pero también es la tarea más propia y específica de cada cristiano.
El año Jubilar, que iniciábamos el 26 de agosto pasado, es una ocasión preciosa para hacer memoria agradecida de nuestro pasado: ochocientos años de luz y de esperanza fundamentadas en el amor y la confianza en la mujer que envuelta y bendecida por el poder del Altísimo se ha convertido no solo en imagen densa de la obra de Dios por el mundo, sino en la respuesta que el hombre ha sido capaz de dar a Dios, por eso, mirándola a Ella, se deja vislumbra la gloria de Dios manifestada en forma de consuelo, de amparo y de refugio que tanta gente ha experimentado en el santuario de Cortes durante ochocientos años. Memoria agradecida a Ella; memoria agradecida a tantos buenos cristianos que sembraron de humanidad y de amor maternal sus pueblos y parroquias bajo la protección y luz de la Virgen de Cortes.
Esta mirada agradecida al pasado nos abre al futuro desde el presente, el presente de nuestras parroquias y comunidades: analizamos, vemos observamos; y desde aquí descubrimos la necesidad de ahondar en la vocación y misión de cada miembro de la comunidad para que sea un elemento evangelizador en su ámbito local y social.
En la portada de nuestro calendario pastoral diocesano aparecen tres palabras: COMUNIÓN, PARTICIPACIÓN Y MISIÓN. Las tres quieren recoger el espíritu del sínodo universal al que nos llama el Papa Francisco. Es tiempo de aprovechar esta gracia para revitalizar nuestras parroquias grandes y pequeñas; es tiempo de salir de la inercia pastoral (lo de siempre) y de descubrir juntos nuevos horizontes que nos relancen en la tarea misionera.
Para todo ello hemos abierto en Cortes un espacio y unos tiempos de reflexión y de oración con laicado, que vas allá de la formación en teología o en pastoral, puesto que quiere implicar a todas las dimensiones de la vocación cristiana.